sábado, 7 de julio de 2012

DOCUMENTOS DE TRABAJO PERIODO ENTRE GUERRAS


DOCUMENTOS PERIODO ENTRE GUERRAS

 El fascismo, definido por Mussolini

La crisis económica de la posguerra, la frustración nacionalista, el temor de las clases dirigentes y la debilidad de los partidos tradicionales ante el empuje socialista, facilitaron el acceso al poder de Benito Mussolini y la implantación del fascismo en Italia (1922-1945).  Al margen de los gestos y de la retórica, el fascismo fue un sistema político basado en la divinización del jefe, el partido único con eliminación de toda oposición política, un nacionalismo a ultranza y un corporativismo que, so pretexto de conciliar las clases sociales, sirvió los intereses del gran capitalismo.



“El fascismo, como toda concepción política sólida, es acción y es pensamiento; acción que tiene inmanente una doctrina, y doctrina que mientras emana de un determinado sistema de fuerzas históricas, queda incorporada en el mismo, y en él opera de dentro para fuera.  Su forma es, pues, adaptable a las contingencias de lugar y de tiempo, pero tiene a la vez un ideario que le eleva a la categoría de fórmula de verdad en la historia superior del pensamiento.  No hay en el mundo fuerza alguna que obre espiritualmente como voluntad humana dominadora de voluntades, sin un concepto no sólo de la realidad transeúnte y particular sobre la cual es necesario obrar, sino también de la realidad permanente y universal en la que la primera tiene su ser y su vida.  Para conocer a la humanidad hay que conocer al hombre, y para conocer al hombre es necesario conocer la realidad y sus leyes.  No existe concepto alguno del Estado, que a la vez no sea fundamentalmente concepto de la vida: será filosofía o intuición, será un sistema de ideas que se desarrolla en una construcción lógica o se concentra en una visión o en una fe; pero siempre es, al menos virtualmente, una concepción orgánica del mundo.

Según esto, el fascismo, en muchas de sus actitudes prácticas, como organización de partido, como sistema de educación, como disciplina, no se comprendería si no se mirase a la luz de su modo general de concebir la vida, a saber, de un modo espiritual.  El mundo, en el sentir del fascismo, no es este mundo material que aparece en la superficie y en el que el hombre es un individuo separado de todos los demás y con ser propio, y es gobernado por una ley natural que instintivamente le lleva a vivir una vida de placer egoísta y momentáneo.  El hombre del fascismo es un individuo que encarna en sí la nación y la patria, sometido a una ley moral que ata a individuos y a generaciones, vinculándolos a una tradición y a una misión que suprime el instinto de la vida encerrada en el breve circuito del placer, para instaurar otra vida, en la esfera del deber, una vida superior, sin límites de tiempo y de espacio, una vida en la que el individuo, por medio de la propia abnegación, del sacrificio de sus intereses particulares, de la muerte misma, realiza aquella existencia totalmente espiritual en la que estriba su valía de hombre.

 Es, pues, una concepción espiritualista, nacida, también ella, de la reacción operada en este siglo, contra el menguado y materialista positivismo del siglo XIX; concepción antipositivista, pero positiva; No escéptica, ni agnóstica, ni pesimista, ni tampoco pasivamente optimista, como son, por regla general, las doctrinas (todas ellas negativas) que colocan el centro de la vida fuera del hombre, el cual con su libre voluntad puede y debe crearse su mundo.  El fascismo quiere al hombre activo y entregado con todas sus energías a la acción: le quiere varonilmente consciente de las dificultades con que ha de tropezar, y dispuesto a enfrentarse con ellas; concibe la vida como una lucha, persuadido de que al hombre incumbe conquistar una vida que sea verdaderamente digna de él, creando ante todo en su persona el instrumento (físico, moral, intelectual) necesario para construirla.  Y esto rige no sólo para cada individuo, sino también para la nación y para la humanidad.  De aquí el gran valor de la cultura en todas sus formas (arte, religión, ciencia) y la importancia grandísima de la educación.  De aquí también el valor esencial del trabajo, con el cual el hombre vence a la naturaleza y plasma el mundo humano (económico, político, moral e intelectual).
                                                         BENITO MUSSOLINI. Doctrina del fascismo (1932).  En WILLIAM EBENSTEIN: Los grandes
                                         pensadores políticos. De Platón hasta  hoy.  Trad. de Enrique Tierno Galván (Madrid 1965), Págs. 748-749.


Rechazo del socialismo marxista 

Os digo que nos opondremos con todas nuestras fuerzas a las tentativas de socialización, de estatificación, de colectivización.  Basta ya de socialismo de Estado.  Tampoco hemos de renunciar a la lucha, que quisiera llamar doctrinal, contra vuestras doctrinas, que ni son verdaderas ni, sobre todo, son fatales.

Negamos que existan dos clases, porque existen muchas más; negamos que se pueda explicar toda la historia humana por el determinismo económico. 

Negamos vuestro internacionalismo, porque el internacionalismo es una mercancía de lujo sólo asequible a los ricos, mientras el pueblo está desesperadamente unido a la tierra natal.

 Pero no es esto sólo.  Nosotros afirmamos, basándonos en recientes e irrecusables libros socialistas, que precisamente ahora comienza la verdadera historia del capitalismo, pues este no es tan sólo, como decís, un sistema de opresión, sino también una selección de valores, una coordinación de jerarquías y un sentido más amplio de la responsabilidad personal.  Hasta tal punto es esto cierto que Lenin, después de haber instituido los consejos de fábricas, los abolió y ha colocado en ellas a dictadores, después de haber nacionalizado el comercio, lo hizo volver al régimen de libertad, y -vosotros que habéis estado en Rusia lo sabéis- después de haber suprimido, incluso físicamente a los burgueses, hoy los llama de todas partes, porque sin el capitalismo, sin sus sistemas técnicos de producción, Rusia no se levantaría jamás.

Mussolini B., el Primer discurso a la Cámara, el día 2 de Junio e 1921.
 Recogido en el Espíritu de la Revolución Fascista, Ed. Vizcaína, Bilbao, 1940, p. 56.
Anti-liberalismo fascista

 Hemos sepultado el viejo Estado democrático, liberal, agnóstico y paralítico, el viejo Estado que en homenaje a los inmortales principios deja que la lucha de clases se convierta en una catástrofe social.  A este viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos sustituido por el Estado corporativo y fascista, el Estado de la sociedad nacional, el Estado que une y disciplina, que armoniza y guía los intereses de todas las clases, igualmente tuteladas.  Y mientras antes, en la época del régimen demoliberal, la masa laboriosa miraba con desconfianza al Estado, y estaba fuera de él, en contra de él, considerándolo cada día y cada hora como un enemigo, hoy no existe un sólo trabajador italiano que no busque su sitio en las Corporaciones, en las Federaciones, que no quiera ser una molécula viva de ese grande, inmenso organismo que es el Estado nacional corporativo fascista.

 Mussolini B., Al pueblo de Roma en el XXVIII octubre 1926. En Espíritu de la Revolución..., p 144.

 Visión marxista de la crisis del 29 

Rusia aparte, la teoría y la filosofía del marxismo aclararon muchos rincones oscuros de mi mente. La historia llegó a tener un nuevo significado para mí. La interpretación marxista arrojó sobre ella todo un torrente de luz v se convirtieron en un drama que se desenvolvía con cierto orden y finalidad, aunque inconsciente.  A pesar de las temibles devastaciones y miserias del pasado y presente, el futuro -no obstante los muchos peligros que lo acechaban- estaba iluminado por la esperanza.  Lo que me atraía del marxismo era su esencial libertad respecto de todo dogma y su perspectiva científica.  Es cierto que en el comunismo oficial el dogma no era escaso, en Rusia como en otras partes, y que a menudo se organizaban cazas de herejes.
Eso parecía deplorable, aunque no era difícil de entender ene vista de los cambios tremendos que tenía lugar en los países soviéticos y de que una oposición efectiva podría haber tenido por un catastrófico resultado.  La gran crisis y la bancarrota mundial parecían justificar el análisis marxista.  Mientras todos los otros sistemas y teorías van a tientas en la oscuridad, sólo el marxismo la explicaba de más o menos satisfactorio.

Jawarhalal Nehru (1889-1964), quien fue presidente de la India.
 La visión de un economista:

El mundo comienza darse cuenta desde hace algunas semanas sobre todo de que estamos pasando por una de las mayores depresiones en la industria que se han conocido.  El descenso en los precios es en todos los países uno de los más fuertes y rápidos, con la sola excepción quizás de 1921. Desde principios del presente año, el precio medio de los productos de consumo artículos, tales como el cobre, el caucho, la plata alcanzan su más baja cotización mientras que otros vuelven a los precios de anteguerra.

En tales circunstancias, es inevitable que se produzca un gran retraimiento en los negocios.  Las nuevas empresas se ven detenidas y retrasadas en todas partes del mundo, y los comerciantes están sufriendo importantes pérdidas por doquier.  Este retraimiento afecta igualmente a los Estados Unidos de Norteamérica, pero ocurre que en aquel país no parecen tomar la situación tan en serio como fuera menester.  Y esto constituye, sin duda, un elemento peligroso.

 En la actualidad, en efecto, Wall Street se ilusiona con la esperanza de que ésta es una de tantas depresiones de menor cuantía, como ocurrió, por ejemplo en 1924.  Creo totalmente errónea semejante interpretación.
                                                                                 «Mr.  J. Maynard Keynes nos habla de la crisis mundial».  El Sol (Madri  10 de junio de 1930.

Testimonio de un accionista

Muy pronto, un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la de mi país.  Era un asuntillo llamado mercado de valores. (Mi sueldo semanal en Cocoteros era de unos dos mil, pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba teóricamente en Wall Street).

             Corrí hacia la habitación de Harpo.  Le informé  inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia (…) En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de bolsa, dijo, "espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia".  "Harpo, dije, "¿estás loco? ¡Si esperarnos hasta que le hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros!'.  De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su balín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de la Uniled Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con un margen del veinticinco por ciento (...); si uno compraba ochenta mil dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil.  El resto se le dejaba a deber al agente. (…)

El mercado siguió subiendo y subiendo lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. la gente compraba sin cesar (...)

Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iban a doblar su valor en pocos meses (…) El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos, sus ahorros de todo la vida- en Wall Strett ( )

Un día concreto, el mercado empezó a vacilar.  Unos cuantos de los clientes más nerviosos fueron presa del pánico y empezaron a descargarse (...) Al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores (...)

Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando los márgenes adicionales y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio (...). Luego, un martes espectacular, Wall Street tiró la toalla y se derrumbó.  Eso de la toalla es una frase adecuada, porque par entonces todo el país estaba llorando. El día del hundimiento final, mi amigo, Max Gordon me telefoneó desde Nueva York Todo lo que dijo fue: ¡Marx, la broma ha terminado!

Groucho Marx, Groucho y yo.  Barcelona, Tusquets Editores, 1980.

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